¡¡Cómo me gustan los domingos!!

Me da la sensación de que esta afirmación es un síntoma inequívoco de que ya no soy tan joven. No hace tanto tiempo (y aún me pasa de vez en cuando), esos  domingos eran sinónimo de una especie de “depresión post-juerga”, que normalmente iba acompañada de la típica resaca que dejan las salidas nocturnas.

Eran domingos en los que despertabas al mediodía por la imperiosa necesidad de llenar ese gran agujero en el que se había convertido tu estómago. Esos domingos en los que, ya a la tarde, comentabas con tus amigos los detalles más graciosos de la noche anterior; que si “te acuerdas de cuando esto”, que si “fíjate lo que hizo éste”, que “qué risa cuando lo otro”... Tardes de domingo que eran la antesala evidente de la llegada de ese oscuro túnel en el que se convertía la entrada en la nueva semana. ¡¡Bufff!! Quedaba un mundo para un nuevo finde.

En aquella época (ya he dicho que no hace tanto), era impensable para mí perdonar la salida de un solo sábado. Recuerdo perfectamente cuando veía a mis hermanos mayores quedarse en casa sin problema. Entonces no lo podía entender; “tampoco son tan mayores”, pensaba yo.

Ahora que han pasado unos años y ya tengo la edad de mis hermanos entonces, me he parado a pensar y he comprendido por qué conseguían quedarse en casa. Está claro: ¡les gustaban los domingos! Lo he descubierto ahora que a mí me pasa lo mismo. No tengo duda: a mí también me gustan los domingos.

Los domingos en los que para las ocho y media estoy en pie, me dirijo directamente hacia la ventana y miro. “Bien, no llueve, se puede salir con la bici”. Me tomo un buen desayuno, café bien cargado y varias piezas de fruta. “Parece que hace frío”; hay que coger la ropa adecuada. Importante: cabeza, manos y pies tienen que estar calientes; camiseta térmica,  maillot de invierno y culote largo. La ropa de ciclismo de ahora no tiene nada que ver con la que utilizábamos de cadete y juvenil (es que han pasado 18 años). ¡Las nuevas telas sintéticas son la bomba!

Una vez equipado, cojo algo de comida. Pienso: “La etapa de hoy no es muy larga, 85 km, pero tiene sus repechos así que mejor llevar avituallamiento por lo que pueda pasar”. Un plátano, dos barritas y un gel (esto último por si se me enciende la reserva). Son las nueve y veinticinco cuando salgo por la puerta de casa; me dirijo al lugar de la salida oficial del Club Ciclista de Lodosa. Estoy muy cerca, así que rápidamente veo que estamos un buen grupo: 19 ciclistas dispuestos a pasar juntos una buena mañana de domingo. Salimos a la nueve y media con total puntualidad: Lodosa, Mendavia, Lazagurría, Los Arcos, Urbiola, Arróniz, Allo, Lerín, Cárcar y otra vez Lodosa.

¡¡Qué a gusto se queda uno!! Y ya no os cuento cómo me sienta el pimiento relleno y la caña con limón que me tomo después en el bar Lodosa, mientras echamos una hablada de los detalles de la mañana. Ya de vuelta en casa, una buena ducha (las piernas siempre con agua bien fría para que descansen). Salgo de la ducha y… ¡ya tengo plan para la tarde del domingo! Mi hija y mi pareja me reclaman con razón. Eso sí, primero toda la familia echaremos una reconfortante siesta.

Siempre me han gustado los sábados, y así seguirá siendo. Pero misteriosamente puedo decir: ¡Cómo me gustan los domingos!

Igual tiene que ver con la edad. ¿O qué?


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